Se estrechan en el corazón

Caminaba.

Respiraba.

Bailaba.

Y deseaba. Deseaba muy fuerte. 

Ese deseo insatisfecho la tenía sonriendo a hurtadillas. Y se lo perdonaba todo. Porque la bomba de relojería no había terminado de dinamitarse. ¿Lo haría?

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Hace un año

Hace un año me habría parecido ridículo escribir un post así. Qué osada es la ignorancia. Hace un año estaba tan atenta a mi propio ombligo que los «días de…» me parecían una soberana estupidez. Era de esas que decía que las cosas se demuestran los otros 364 días del año. Y claro, joder. Claro que se demuestran los otros 364, pero como desgraciadamente los otros 364 días del año las mujeres recibimos muchas coces y aguantamos estoicamente, qué menos que un día para permitirnos gritar que ya vale.

Lo he reflexionado mucho y, frente a todas las declaraciones estúpidas que empiezan por un «yo creo en el feminismo, pero…» (yo misma he pronunciado esa frase contra las feminazis) la única realidad es que el feminismo es sinónimo de igualdad. Así que amigos y amigas, cada vez que le ponéis un pero a esta causa estáis diciendo que creéis que los hombres tienen una superioridad cromosómica por gracia divina frente a las mujeres. WTF.

La vida te pone frente a tu propio espejo y, por suerte, te enseña frente a tu discurso falsamente «progre». Los celos, heredados de la concepción idealizada y falsa del amor romántico, no son jamás y en ninguna forma un modo de querer. No demuestran nada ni valen para nada y dejan detrás una dolorosísima estela que, en muchos casos, es insalvable. No existen dos formas de querer: con celos y sin ellos. Quien os diga eso os miente. Querer es desear la belleza que habita en la libertad del otro, sea hombre, mujer o perro pachón. 

Mi género nunca me ha cerrado una puerta laboral ni, por suerte, ha hecho más precaria mi ya de por sí endeble situación económica, pero me hierve la sangre cuando leo artículos que reivindican este día con títulos del tipo «las 13 mujeres científicas más importantes de la historia (cuyo nombre posiblemente no conocías)». No, señor columnista garrulo. Esto no va de las millones de mujeres inteligentes que hay en el mundo. No va de incluir a las que representan una élite intelectual. Claro que hay que valorarlas, pero cuando hablamos de machismo recalcitrante nadie saca a Newton o Da Vinci o Nelson Mandela. Porque la mitad del planeta tiene derechos, los mismos, sin tener que hacer un esfuerzo extra. Sin tener que ser mejores, más guapas o más listas.

Y otra cosa. A todos esos hombres condescendientes que hoy nos felicitáis el día y nos recordáis lo fuertes que somos. No queremos vuestra palmadita en la espalda. Ni siquiera la necesitamos, llevamos siglos lidiando con esto. Lo que queremos no tener que escribir blogs como este para explicaros nada.

Porque nadie me tendría que explicar a mí por qué no le pregunto a mi chico cuándo vuelve a casa, cómo va vestido o a mi jefe por si tiene pensado ser padre.

Este año sí estoy concienciada y a los hombres fuertes que conozco esto les cargará de orgullo y sonreirán. A los débiles e inseguros, asustaos porque no vamos a callarnos. 

 

 

 

 

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Walls

Era realmente complicado. Se había jurado que pondría límites y que trabajaría con paciencia en aquello que estaba convencida de que le brotaba a borbotones. Estaba dispuesta a dejarse reconquistar y a apartar de su mente, a dejar en una habitación oscura, aquello que le dolía hasta hacerle arder.

Tanto lo estaba intentando que terminó comportándose como ella jamás haría y desdibujó su personalidad, sus bromas, su ilusión y sus vaciles porque de una forma incomprensible todo había pasado a ser dañino. Se centró en estar cerca sin llegar a ser quien daba aliento y lejos sin poder alejarse ni un solo instante en su corazón. Pero ese era un sitio en el que no quería estar. 

No quería formalidades, ni falsa educación ni agendas repletas en las que no hubiera un hueco porque no se deseaba. Era consciente de que no dependía de ella pero sentía una traición y un dolor incontrolable cuando no había palabras bonitas, ni besos antes de dormir.

Había puesto un plazo a su silencio. Y le aterrorizaba que en ese tiempo empezase a llenar sus sonrisas con otras caras. No sabía si era una prueba pero no podía recordar la última vez que él le preguntó algo de verdad. Con esa preciosa sonrisa y esos ojos mirándola embobados, con su mano en su lugar natural –la pierna de ella– y la música que alguien había escrito para ellos a todo volumen.

Conocía tan bien la magia del juego que ellos habían construido que no podía conformarse con migajas. Necesitaba ayuda porque, por mucho que pedaleaba, un tándem jamás lo mueve uno solo.  

 

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Hay (a) veces

A veces la sensación de que la muerte se cernía sobre ellos les resultaba tan sólida como el lecho donde estaban echados y se abrazaban con una desesperada sensualidad, como un alma condenada aferrándose a su último rato de placer cuando faltan cinco minutos para que suene el reloj.

Pero también había veces en que no sólo se sentían seguros, sino que tenían una sensación de permanencia. Creían entonces que nada podría ocurrirles mientras estuvieran en su habitación. Llegar hasta allí era difícil y peligroso pero el refugio era invulnerable.

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Lo quieres

Esto es una pista. Y un juego

Tengo lo que quieres y voy a espolvorear todo de pequeñas dosis de información para ti. Deja de frotarte las manos y sacar esa media sonrisa. 

Ahí va . La mala suerte y la superstición te transportarán hasta lo que quieres. Evita los barcos. 

Bonus track

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Mi lado de la cama

Disfrazó de indiferencia el desengaño. Se arrepintió de no haberle dicho tantas cosas que pensaba y lamentó, especialmente, que él no pudiera ver cuánto se había quitado la careta. Tal vez eran demasiado parecidos, demasiado acostumbrados a dejar que fuera el otro el que primero diera su brazo a torcer.

Era difícil verbalizar que empezaba a necesitarle. Explicar que, tras tanto tiempo de paz y calma, él había sido un jodido revulsivo oculto tras una mirada de infarto. Pero le había hecho algo horrible: obligarle a salir del cascarón, arrancarle la coraza a mordiscos con una iniciativa y una naturalidad envidiable para luego negarle el contacto.

Aparecer pero no abrazar, vacilar pero no compensar, vivir contenido. Le había dejado a ella el papel de tirar, y ella jamás tiraba. Se angustiaba, le invadía el insomnio y hubiera matado por una sola muestra de.

Ojalá. Porque él era el primero de algo. 

magia

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Almendritas

Eso de descanse en paz es lo que jamás le desearía a la persona más guerrera que he conocido. Jamás diré -ni dejaré que nadie diga- que eras una santa, no consentiré que ninguna sed beata manche tu nombre. Tu nombre horroroso que obligó a una niña de 4 años apenas a cambiarlo por un diminutivo por el que te acabaron nombrando tus hijos, el resto de tus nietos y los vecinos.

Jamás diré que eras fácil ni que no te gustaba guerrear, al igual que jamás ocultaré que no ha nacido la persona con la que yo pueda chincharme como contigo.

Gracias por inundarlo todo de luz, por plagar la vida de valentía y llamar ignorantes a quienes no se ríen. Gracias por el Doctor Zete, por convertir tu salón en una selva de flores y por enseñarme con la misma insistencia la canción de los pajaritos y las 7 maravillas del mundo.

Gracias porque en tu mesilla ha estado durante décadas el mismo libro de chistes y siempre te has reído de sus bromas. Gracias por bañarte sin saber nadar, por montar en patinete con 80 años, por comer todos los dulces del mundo siendo diabética y por enseñarnos a vivir al límite.

Yo te necesitaba y te necesito, y no hay consuelo. Porque eres el ser humano más extraordinario que jamás he conocido. Tengo la suerte enorme de habértelo dicho. Y que uno de tus últimos deseos fuera pintarme un cuadro.

Te adoro

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Que el amor valga la alegría, no la pena

Que ser valiente no salga tan caro

Que ser cobarde no valga la pena

En estas estrofas de Noches de boda, de don Joaquín Sabina, estaba pensando cuando llegó a mi cabeza otro verso, de la que posiblemente sea la canción que más alegrías me ha dado jamás

So sentimental, not sentimental no

Romantic, not disgusting yet

Y dándole vueltas a ese todavía de Phoenix en Lisztomania, me he visto sumergida rastreando mis propios ya; esos momentos en los que eres consciente de que tu tiempo para la cautela se ha terminado y que no querías, trataste de evitarlo, pero has caído.

¿Ser valiente vale la pena o una retirada a tiempo es la mayor de las victorias?

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Hacer el amor o follar

Porque a eso se reduce todo. A si eres de los que dice que folla o hace el amor. A ser de rollos o de parejas. A tener terror (o apatía) al compromiso o a querer fumártelo todo, ahora, ya.

En lo que a relaciones se refiere, hay una diferencia entre a quienes les gusta la tormenta después de la calma y quienes prefieren la calma después de la tormenta. Tórridas historias de amores imposibles propias de la literatura victoriana o revistas de usar y tirar. Y esta división, esta línea que tan hábilmente hemos trazado para subsistir, para engrosarnos en una categoría, para estar a salvo en definitiva, puede inmolarse en cualquier momento.

Todo el que haya pasado por una ruptura entenderá lo que digo, y no hablemos de a los que, en el momento menos adecuado, en la cúspide de su escepticismo, se les haya cruzado una persona tan increíble que simplemente no se puede dejar escapar.

C

Pero ojo, el riesgo existe. Definirse es vital si no queremos perder la partida. Quienes son incapaces de hacerlo, de elegir, de apostar (por ellos mismos o por el otro) al final pasan por el terreno sentimental de puntillas. Sin pena ni gloria. Fóllate a mil tíos en el coche y no les llames al día siguiente, pero hazlo con pasión. Enamórate hasta las trancas y no tengas miedo a decir que querrías que la otra persona se quedara en casa a pasar la noche. No te quedes parado. No te atrapes en medio.  

Y, si no te da lo que quieres, abandona el barco. Mis amigas suelen reírse de mí porque me acuesto con hombres y tengo pareja

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La memoria dall´oblio

Se sentó en una cafetería del Trastevere, al sol del invierno. Pidió mientras pensaba en otra cosa y -enfrente, al lado de aquello a lo que no prestaba atención- encontró una mano cálida. Una sonrisa, un vecino español desplazado a Roma por la crisis o por esa recuperación que, dicen, ya se nota en los bares. Le sorprendió verle sonriente a pesar de haberse visto literalmente obligado a irse de su barrio, de su casa y de sus amigos. Decidió sincerarse con él, al fin y al cabo, ni le conocía ni iba a hacerlo. 

Atravieso un momento extraño, le confesó. Uno de esos donde las piezas ya se han asentado en distintos sitios del puzzle y, aún así, parecen no encajar. No soy feliz, ni infeliz tampoco. Las cosas me realizan parcialmente y he sonreído tantas veces echando la vista atrás que tengo la sensación de que una parte de mí se quedará para siempre allí. 

Él era justo lo contrario. Un ejemplo de mirada al futuro. No tenía nada, ni casa, ni hogar, pero tampoco complicaciones y obligaciones. Vivo como quiero, le dijo. Y aquella frase se le quedó grabada a fuego. Se la había oído salir de sus labios tantas veces, casi como un insulto, como una ofensa o un lapsus, y ni una sola había logrado creérselo. Ella no vivía como quería. Quería más. Quería volver a las margaritas, a las tapas duras, a las noches en vela y en pasta y -como sucede siempre- había idealizado tanto su pasado que lo cotidiano difícilmente iba a estar a la altura. 

Y al mismo tiempo sabía que cualquier intento de recuperar aquello era fallido. Había perdido hasta algunos de los tesoros más preciados de aquella época. Pero no la música. La música seguía ayudándola a encontrar. Y a encontrarse.

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